LOS AÑOS DEL OLVIDO
Tras un cierto interés inicial
por la técnica, sólo algunos cirujanos utilizaron
este abordaje y, fundamentalmente, con fines diagnósticos.
El primer libro de texto sobre la materia fue publicado por un alemán,
Korbsch, en 1927 mientras que otro compañero, Kalk (8), popularizaba
el uso de un sistema de visión oblicuo que había desarrollado
previamente Kramer al final de la década de los 20. El riesgo
de lesión visceral durante la inserción de los trócares
ya era motivo de preocupación. De hecho, Orndoff, un internista
que había comunicado su experiencia con pacientes sometidos
a una laparoscopia diagnóstica con un trocar piramidal (9),
creía que la fluoroscopia podía ser una herramienta
útil para prevenir las lesiones intraabdominales. El propio
Orndoff desarrollo un trócar piramidal que todavía
está en uso.
No transcurrió mucho tiempo antes de que los clínicos
reconocieran que la creación del neumoperitoneo antes de
la inserción de los trócares servía como medida
preventiva contra las lesiones por trócar. Goetze desarrolló
una aguja especial para la insuflación abdominal que luego
fue mejorada por el diseño de Janos Veress (10). Esta aguja
con muelle sigue en uso en la actualidad, aunque originalmente se
diseñó no para la insuflación abdominal, sino
muy al contrario, para producir neumotórax. La utilización
del dióxido de carbono para el neumoperitoneo fue propuesta
por Zollikofer a comienzo de la década de los 20 (11), y
este gas no ha sido reemplazado por ningún otro desde entonces
debido a su rápida absorción y a que no es combustible.
El otro cirujano que apoyó con entusiasmo el desarrollo de
la laparoscopia como herramienta diagnóstica, con poco éxito,
fue Ruddock en Chicago (11). Tuvo la intuición de utilizar
la laparoscopia para explorar la cavidad y obtener biopsias para
el estudio histológico. Ya en 1937 presentó una gran
serie de pacientes sometidos a laparoscopia, que debe ser valorada
por su baja mortalidad y su precisión diagnóstica
del 92%. Pocos más contribuyeron a la promoción del
procedimiento y entre ellos Benedict, un gastroenterólogo,
y Waug, un cirujano (11). Éste consideraba que la precisión
diagnóstica de la laparoscopia para los cánceres intraabadominales
no tenía comparación con ninguna otra exploración.
En el ámbito de la ginecología, Palmer fue el principal
defensor del procedimiento(12). Él también mostró
su preocupación por el impacto de las presiones del neumoperitoneo
sobre los pacientes y opinaba que la presión intraabdominal
no debía superar los 25 mmHg. En los 50 Frangenheim (13),
que diseñó el primer insuflador automático
de dióxido de carbono, comunicó otro tipo de complicaciones.
Describió con detalle el enfisema subcutáneo, el embolismo
aéreo, la perforación intestinal, la hemorragia y
las lesiones por calor.
Pero durante muchos años únicamente los ginecólogos
practicaron la laparoscopia y la llegaron a utilizar como herramienta
terapéutica. De hecho, Kurt Semm puede ser considerado uno
de los primeros cirujanos que extirparon el apéndice por
laparoscopia. Además, desarrolló un buen número
de instrumentos para la laparoscopia terapéutica y un dispositivo
automático de insuflación controlada. Durante la misma
década, Harold Hopkins, un físico de Oxford, introdujo
un sistema de transmisión de luz mediante varillas, lo que
supuso un gran avance. Este diseño mejoraba la vision y la
resolución de las ópticas. En colaboración
con Karl Storz se consiguió la producción de los laparoscopios
que utilizamos en la actualidad en los quirófanos.
Durante los años 70 Hasson (14) describió la técnica
de acceso a la cavidad peritoneal de manera abierta y comparó
sus resultados con los obtenidos con el procedimiento ciego, que
requiere la introducción de una aguja de Veress.
La contribución de lo cirujanos generales a la promoción
de la laparoscopia era escasa por esas fechas. A finales de los
años 70, Berci, Cuschieri y Warshaw estaban entre los pocos
que comunicaban el uso de la laparoscopia como método diagnóstico
en cirugía general.
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