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Olivares, O. Secla y Cirugía Pediátrica: una positiva colaboración. Seclaendosurgery.com. (en línea). 2003, no, 2. Disponible en Internet: http://www.seclaendosurgery.com/seclan2/art01.htm. ISSN: 1698-4412.

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En la última reunión de la SECLA en Mallorca (Octubre 2002), la Cirugía Pediátrica fue oficialmente invitada por primera vez a formar parte de las mesas redondas del congreso y de hecho, varios de nosotros participamos activamente en las mismas. Sin duda fue para todos una grata sorpresa comprobar que existe una importante similitud entre las técnicas endoscópicas aplicadas a las diferentes patologías del paciente adulto y del niño.

Cabe hacer varias reflexiones sobre esto. La primera y más importante es que la buena y fluida comunicación entre diferentes especialidades es beneficiosa, gratificante y aleccionadora. Para los cirujanos pediátricos, los nuevos retos sobre el tratamiento de la coledocolitiasis por vía endoscópica quedan algo alejados de nuestras necesidades más perentorias; pero esta táctica de manejar un órgano de patología tan compleja, nos abre perspectivas sin duda aplicables a otros campos de nuestra especialidad.

Los cirujanos pediátricos somos de los pocos cirujanos generales que quedan. Tratamos la patología quirúrgica del niño, muy limitada en número de casos, pero muy variada en cuanto a sus regiones anatómicas. Intervenimos habitualmente en el tórax, en el abdomen, en el cuello y sobre la patología nefro-urológica y del aparato reproductor. Todo ello nos da una visión muy amplia de qué técnicas endoscópicas podrían resolver los problemas a los que nos enfrentamos. Sin embargo, la misma variedad de nuestra patología tiene un grave inconveniente. El número de casos de cada una de ellas es muy pequeño, lo que necesariamente alarga la curva de aprendizaje e impide acumular mucha experiencia a cada uno de los cirujanos. Es por ello que, para nosotros, conocer series amplias de, por ejemplo, más de mil colecistectomías dentro de un solo servicio es de valiosísima utilidad, ya que difícilmente podríamos acumular tan gran número de estas intervenciones en el niño a lo largo de una sola vida profesional.

También quiero hacer una consideración sobre los distintos tamaños de los pacientes a los que tratamos. Si bien el enfermo adulto tiene unas medidas habitualmente parecidas y más o menos "estándar", en la patología pediátrica nos enfrentamos ocasionalmente con un recién nacido prematuro de 1500 gr. o con un preadolescente de 60 Kg. Esta disparidad de tallas nos complica la aplicación de ciertas técnicas y nos limita el uso de diferentes aparatos e instrumental. Ello nos obliga a un suplementario esfuerzo de imaginación y adecuación de los medios disponibles, ciertamente gratificante pero desgraciadamente limitador. Hemos pedido reiteradamente a las casas comerciales que adecuen los tamaños de sus trocares, instrumental y aparataje a los tamaños pediátricos. Aunque son notables los esfuerzos efectuados en esta dirección, hasta ahora distan mucho de haberse conseguido las soluciones deseadas.

Como consecuencia de lo anterior, la aplicación de la laparoscopia y toracoscopia en cirugía pediátrica no ha sido fácil. A las limitaciones técnicas y de número de indicaciones se han sumado otros factores, como una decreciente tasa de natalidad dentro de una ya envejecida demografía. No ha habido, por tanto, necesidad de crear nuevos hospitales pediátricos desde hace varios años, que de la misma forma que ha pasado con los hospitales comarcales, se hubieran nutrido de nuevas generaciones de cirujanos bien dispuestos a desarrollar la cirugía endoscópica, puesto que se han formado como residentes en nuestros centros ya en plena era laparoscópica.

La cirugía mínimamente invasiva parece inventada y diseñada para los niños. El paciente en edad pediátrica con una enfermedad quirúrgica reacciona muy positivamente ante una intervención destinada a resolver la lesión que padece. Pero es muy frágil y su biología está en pleno desarrollo. Toleran mal las agresiones, y no digamos las equivocaciones. Además, conseguir una pronta reintegración a su familia y a su entorno habitual debe ser objetivo prioritario. Todas estas premisas las cubre sobradamente la cirugía endoscópica. Tanto es así, que el concepto de intervención que algunos pediatras tenían ha cambiado por completo. Ahora ven unos postoperatorios prácticamente sin dolor. Los niños toman su alimentación habitual en tiempos récord impensables hasta este momento, y son dados de alta precozmente evitando los problemas de largas hospitalizaciones. Curiosamente este nuevo concepto de cirugía pediátrica mínimamente invasiva ha conseguido que las indicaciones de una operación sean más frecuentes. Ya no es tan traumático a los ojos de algunos pediatras sentar la necesidad de una cirugía correctora del reflujo gastroesofágico, pues los pequeños pacientes quedan curados en tiempo breve, sin apenas secuelas, y libres por fin del tratamiento médico perenne que llevaban. Incluso en ocasiones, patologías que estaban sin resolver de forma airosa, como el dolor abdominal recurrente, han encontrado en la laparoscopia una inestimable ayuda tanto para su diagnóstico como para su tratamiento definitivo.

Nuevos desafíos se han planteado en los últimos meses que implican a la laparoscopia como principal protagonista y que son comunes a niños y adultos. Me refiero a la posibilidad de obtener órganos para trasplante a partir de donantes vivos emparentados utilizando intervenciones que hagan confortable la donación. Esta técnica, ya desarrollada por algunos equipos de urología para el trasplante renal, es ahora aplicable a la donación de un lóbulo hepático para trasplante de hígado. Algunos artículos aparecidos últimamente en la literatura científica ya han demostrado su factibilidad. Sin embargo, el adquirir la destreza necesaria para desarrollar estas técnicas implica un arduo y tenaz trabajo que pasa no solo por una gran experiencia clínica, sino también por un programa de entrenamiento con intervenciones sobre animales en laboratorio, necesario incluso para los cirujanos ya experimentados. Es en esta patología donde ya no existen distinciones entre cirujanos pediátricos o generales. Las enfermedades que por el momento se tratan con un trasplante de órganos no son privativas de una edad y las operaciones se desarrollarán igualmente en hospitales de niños y de adultos. Me atrevería a decir que solamente se podrán culminar con éxito si existe una alianza y acuerdo de colaboración entre equipos multidisciplinares, formados por clínicos y cirujanos que conozcan la patología del niño y del paciente mayor.

Esta es la idea de colaboración que se ha sembrado en la reunión de la SECLA. Estamos persuadidos de que prosperará ya que se trata de un trabajo que tiene muchos puntos en común y que beneficiará a profesionales y pacientes tanto de la cirugía general como pediátrica.

Por último, solo quiero añadir que sé por muchos de los miembros fundadores de la Sociedad Española de Cirugía Laparoscópica que los cirujanos pediátricos somos bienvenidos a integrarnos en la misma. Nosotros solo podemos contestar que creemos que será el principio de una larga y fecunda colaboración y que, por tanto, os decimos, bienhallados.

 

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