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En esta sección se publicarán comentarios relativos a los artículos publicados en Endosurgery y sobre la revista en general. Las cartas remitidas al editor no deberán superar las 250 palabras.

En el caso de los comentarios relativos a artículos se admitirá una figura o tabla descriptiva para ilustrar el contenido de la carta. La bibliografía de referencia no sobrepasará las cinco entradas. A la recepción de la carta, Endosurgery valorará el contenido de la misma y, en caso de considerar pertinente su publicación, enviará una copia de la misma al autor/autores del artículo original en cuestión, para asegurar el derecho a réplica en un escrito de similar extensión, que deberá ser remitido a Endosurgery en el plazo de un mes.

La Carta a Endosurgery y la respuesta del autor/autores originales se publicarán juntas en el siguiente número de la revista.

Pueden remitir sus cartas a:
[email protected] .


Estimados editores:
He sabido que estaba preparándose para este número de SECLAEndosurgery un
reportaje sobre la situación de la mujer en la Cirugía. Al hilo de este tema
les remito una historia fruto de mis propias reflexiones sobre el asunto,
con el fin de someterla a su consideración para su publicación en la
Revista. Aprovecho la ocasión para saludarles y felicitarles por el interesante
trabajo que realizan.

Carmen Hernández
Facultativo Especialista de Area de Cirugía
Hospital Clínico San Carlos. Madrid.

CUENTO

Finales del siglo XIX....

El aula está abarrotada en el primer día de curso. El profesor observa a sus nuevos alumnos desde su mesa. Su semblante serio, con pequeñas gafas, su barba blanca y su levita negra imponen respeto a una audiencia compuesta por jóvenes de aspecto también serio, pulcramente vestidos con trajes oscuros.

Observa con curiosidad a una mujer menuda que ocupa un discreto lugar junto a la salida del aula, en las últimas filas. Tiene el rostro pequeño, tez pálida y unas gafas redondas. El traje negro, la cara lavada y el pelo recogido en un moño no hacen resaltar ningún encanto femenino. Se llama Sophie. Es un bicho raro.

Eso pensaban de ella el profesor, sus compañeros de clase, su familia y sobre todo su padre, quien se opuso enérgicamente a que iniciara los estudios de medicina renunciando así a llevar una vida ordenada dedicada a la cría de sus hijos y la atención abnegada a su esposo. Era terca y luchó contra el mundo sabiendo que eso le supondría soledad y rechazo. Pero luchó por su sueño. Lo consiguió a medias... quería ser cirujano pero no le dieron ni siquiera la oportunidad de intentarlo. Ya era bastante aberración el permitir que llegara a ser médico e incluso que ejerciera.

Con mucho sacrificio consiguió terminar sus estudios y dedicó su vida al ejercicio de la medicina en un pueblecito tan perdido del mundo donde ni siquiera el hecho de ser mujer podía haber sido motivo para que le rechazaran ya que nadie en su sano juicio hubiera querido trabajar allí.

Después de una larga jornada de trabajo visitando enfermos y atendiendo la consulta aún se quedaba horas en su pequeño consultorio, apuntando cada detalle de cada paciente en una pequeña ficha. Era una trabajadora incansable, minuciosa, práctica, y sagaz. Por las noches, al llegar a casa leía algún numero atrasado de las pocas revistas médicas que le llegaban mientras su gato Sam sesteaba a su lado.
Con el tiempo llegó a ganarse el cariño y el respeto de sus pacientes, había logrado su objetivo. Era médico.

Nunca nadie hablará de ella, ninguno de sus eminentes colegas la recordaría jamás más que como aquella fea muchacha de la última fila que osó adentrarse en una profesión creada por y para los hombres.
Murió sola,... sola y feliz.

Finales del siglo XX...

El aula está abarrotada en el primer día de curso. La profesora la recorre con la vista, cuenta unos 20 chicos y 60 chicas que le miran expectantes mientras deja la bata colgada en la silla y se prepara para empezar la clase. Hay mucho murmullo, dos chicos en primera fila comentan algo acerca de su trasero y esa camiseta que tanto realza sus magníficas curvas. Les hablará sobre la cirugía del cáncer gástrico.
Cuando acaba la clase tiene una llamada en el busca, un paciente le espera en la consulta. Llega con el tiempo justo para dar una conferencia en la apertura del curso que dirige sobre cirugía laparoscópica. Tras una breve pausa para tomar un bocado comienza las intervenciones en el hospital en el que trabaja por las tardes.

Llega a casa exhausta, los niños ya duermen. Su marido le riñe cariñosamente, es la tercera vez esta semana que llega cuando ya están dormidos. La echan de menos. No entienden por qué ha de pasar tanto tiempo trabajando; dedica más horas a los alumnos, a los pacientes y al hospital que a su propia familia... y encima las guardias.

Ella piensa en sus comienzos, cuando llegó al hospital hacía ya quince años en el equipo había dos mujeres y doce hombres. Las llamaban "las niñas". Recuerda que fue muy bien recibida, estaba asombrada. Pero pronto comprendió que el trato era algo dudoso... era guapa, alegre, simpática... tanto que alguno se confundió... hubo otros que condescendían con ella y mantenían una relación paterno-filial, otros eran pura prepotencia (total, era una mujer que pronto se cansaría y volvería a casa, de donde nunca debería haber salido). El resto eran pura indiferencia aunque con frecuencia demostraban su total desconfianza ante semejante bicho raro que jugaba a ser cirujano... la caída era cuestión de tiempo. Todo esto le supuso muchas horas bajas, ganas de tirar la toalla, de pegar a alguno de sus colegas... incluso algún día lloró de rabia.

Pero era terca. Y tenía claro que nadie más que ella podría impedir que realizara su sueño. Desde que tenía uso de razón quiso ser médico. Y lo hizo. Quería ser cirujano. Y lo fue. Y quería tener una familia. Y la tuvo. Y no fue fácil, pero aprendió el camino. Era una trabajadora incansable, minuciosa, práctica y sagaz.
Así se ganó el cariño y el respeto de sus pacientes y sus colegas, alguno incluso llegó a felicitarla alguna vez, tuvo oportunidades y las aprovechó al máximo y ahora su trabajo era reconocido al más alto nivel. Siempre quedaron otros que nunca dejaron sus recelos sobre ella y no le perdonaron el hecho de ser mujer.
Había llegado a lo más alto con la ventaja del que sabe que se espera poco de él, ya que nunca va a salir en el centro de la foto. Se había colado por la puerta de atrás y salió por la más grande.

Murió sonriendo, había logrado adentrarse en una profesión creada por y para los hombres... pero transformada por las mujeres. Y esto era sólo el principio...

Finales del siglo XXI...

El aula virtual estaba abarrotada en el primer día de curso. Mientras se preparaban los dispositivos para retransmitir la clase por videoconferencia a las 33 facultades que componían el grupo la profesora ojeaba un viejo libro que había encontrado por casa. Hablaba sobre las mujeres y su papel en la medicina y la cirugía a lo largo de la historia. Comenzaba con un curioso relato sobre una tal Sophie, allá por el siglo XIX y narraba sus vivencias en un pequeño pueblo tras acabar los estudios de medicina.
No podía entender cómo aquella mediocre mujercilla no se rebeló ante sus iguales.
En otro capítulo su propia bisabuela relataba sus experiencias como cirujano en otro hospital a finales del siglo pasado. Tampoco podía entender el porqué de tanta parsimonia en aquella mujer por muy bisabuela suya que fuera. ¿Habían sido los hombres los dueños del mundo y por ende de la cirugía? ¿Eran las mujeres de entonces unos seres débiles sin ningún afán de prosperar? Sus preguntas no tenían respuesta. Y es que en la sociedad que ella conocía las mujeres ocupaban todos los puestos de responsabilidad. Las había ministras, jefas de estado, presidentas de compañías, generales... y cirujanos. De hecho, no tenía ningún colega hombre. Pero claro, ya se sabía que la cirugía era cosa de mujeres. Sus dos hijas clónicas dirigían importantes centros sanitarios virtuales.

Estaba en la cima del mundo, los pacientes la respetaban como si fuera una diosa, pasaba visita con su videocámara rodeada de un séquito de ayudantes que se esmeraban en adularla. Nunca había hablado ni visto de cerca a ningún paciente, las exploraciones y las intervenciones se realizaban a través de ordenadores y robots, ningún fallo, máximo rigor y eficacia... esa madrugada había dirigido la intervención simultánea de tres pacientes en tres países remotos. Resultados excelentes, no les conocía ni llegaría a tratar con ellos pero les había curado.
Y era la mejor, y todo el mundo reconocía su trabajo, y era la del centro de la foto... y eso era lo importante, lo que le motivaba a trabajar más, a ganar más, a obtener más premios, a alimentar más su inmenso ego...

Era la diosa de una profesión que siglos atrás había sido creada por y para los hombres... y ella, aunque no lo sabía, era ya uno de ellos...


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