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De momento, y mientras no se disponga
de tratamiento adyuvante realmente efectivo, la cirugía continua
siendo el tratamiento de elección para los GIST. Y por ello
es preciso considerar ciertos principios diagnósticos y terapéuticos.
Para empezar, queremos indicar que dada la capacidad de las pruebas
de imagen (ecoendoscopia y TC), la biopsia percutánea preoperatoria
impone dos riesgos teóricos difícilmente asumibles:
el de la siembra tumoral en la superficie peritoneal y el de la
ruptura del tumor. Ambos son factores que empeorarían el
pronóstico (5,6). Por ello, consideramos que la única
indicación para la misma es la existencia de masas gástricas
claramente irresecables, o en aquellas en las que el tipo de tratamiento
puede variar (p.e. linfoma gástrico).
El tratamiento quirúrgico (5,6), y en particular el abordaje
laparoscópico (8), debe garantizar una resección completa
de la tumoración. Hay que tener en cuenta que, globalmente,
sólo la mitad de los pacientes pueden someterse a la extirpación
radical. La afectación de órganos adyacentes no impide
el tratamiento con intención curativa, incluso laparoscópico,
siempre que se pueda realizar la extirpación en bloque con
márgenes libres. Las resecciones ampliadas no mejoran la
supervivencia de los tumores gástricos en comparación
con las resecciones limitadas (9). Igualmente, dada la baja frecuencia
de metastasis ganglionares en grandes series restospectivas, no
parece que esté justificada la realización rutinaria
de una linfadenectomía (5,6).
La experiencia con la extirpación laparoscópica de
los tumores estromales gástricos es limitada. Aún
así, los resultados globales para los tumores benignos es
excelente (8,14-21). Se desconoce si esto puede ser igual para tumores
potencialmente malignos, por lo que sólo debería plantearse
esta opción por parte de grupos con gran experiencia y dentro
de ensayos clínicos multicéntricos.
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